Tal y como puedo entenderlo (quien escribe es un hombre, “une ombre”, una sombra; y además ni de lejos es especialista en el tema) el significado del feminismo, en tanto que una especie de movimiento de transformación cultural, es promover la amistad, un nuevo tipo de amistad tal vez. Sé que el feminismo puede ser muchas cosas, puede ser un lavado de cara del capitalismo, puede ser luchas muy radicales, hay feminismo de arriba y de abajo, del centro y de la periferia. Hay el feminismo de Silvia Federici, el de Judith Butler y el de Beyoncé. Que haya también un feminismo de Beyoncé no significa que el feminismo sea algo frívolo: que haya llegado a ser una moda muestra al contrario su fuerza, y es cierto que es realmente el único movimiento de transformación cultural poderoso que hay hoy en día. Y que quienes defendían la continuidad del régimen neoliberal “sensato” se basaran en el “feminismo” encarnado por Hillary Clinton, o que luego otros propongan una “feminización de la política” en base a una estrategia semejante a la de los partidos comunistas con la consigna de la “proletarización del partido” son diferentes pruebas de esta fuerza. Sobre todo noto esa cuestión de promover la amistad en los textos militantes, los textos de “concienciación”, dedicados a denunciar el patriarcado. Creo que en el fondo, aunque a veces parezcan violentos (pues cómo se puede cambiar cualquier cosa sin que nadie lo note ni se sobresalte? Y en todo caso, no deja de ser una violencia discursiva, ese tono empoderado...), lo que buscan es eso. Promover la amistad entre las mujeres, tal vez, aunque eso todavía no parezca muy cercano, pero lo que me parece más evidente sobre todo es promover la amistad con los hombres. En el fondo es como decir, mira, lo que llamábais “guerra de los sexos” (esa que, según el bon mot de Kafka, siempre acababa en la cama) no es ninguna guerra, sino una estructura de dominación, o una guerra en cualquier caso asimétrica, como la ocupación permanente de un país enemigo. Y a esa guerra o a esa dominación se le ha dado nombres sublimes: amor, pasión, deseo... Así que me parece que frente a eso el feminismo tiene una doble actitud. Evidentemente, la primera es la de: no vamos a tolerar ninguna violencia más, vamos a luchar contra la violencia de los hombres sobre las mujeres allí donde se dé. Lo que, como todo el mundo sabe está muy lejos de lograrse, y es un asunto extremadamente importante. Es lo que podemos llamar el feminismo macro. Ese feminismo es compartido en general por todas las tendencias algo liberales. También es usado como arma ideológica, como se sabe, por el establishment neoliberal, en sus guerras contra los pueblos “atrasados”. Pero luego hay un feminismo más micro, que no tiene un objetivo tan claro (o es un objetivo infinito, una tarea inacabable), me parece, como el de acabar con la violencia machista, y que tiene que ver más bien con eso que decía de promover la amistad, o relaciones de amistad entre los sexos. Esa sería la segunda actitud del feminismo: sed nuestras amigas, comprendernos, somos personas como vosotros. Abandonad no solo esos “amores patológicos” de la dominación machista, sino el amor en general, y seamos amigos, compañeras. Es como decir: comprendednos, comprendámonos. Comprended a las mujeres que os rodean, comprended que una mujer es algo, es ciertos tipos de cuerpos, cierto tipo de potencias asociadas a esos cuerpos, pero también una mujer no es nada, es cualquier cosa, y es mil cosas. Una mujer es una escritora, una política, una trabajadora, una militante, como muchos hombres lo son, y no una amada, una esposa, una madre, una esclava sexual. Esa me parece ser la segunda actitud del feminismo: es la promoción de una amistad que quiere acabar con la diferencia de géneros, con el hecho de tener que adoptar el papel de un género determinado a causa del sexo con el que se nace. Esta tendencia, la tendencia “profunda” por así decirlo del feminismo, me parece igual de importante o más que la más macro. Pues uno realmente aprende mucho leyendo a las feministas o hablando con ellas, quiero decir, uno siendo hombre, uno masculino. Aprende mucho sobre cosas precisamente del rol de género masculino, que apenas había pensado, que parecían “naturales”. Y eso es extraordinario. Por eso me parece que en general lo que piensan las mujeres últimamente es bastante más interesante que lo que piensan los hombres, más novedoso, inesperado, etc. Pero luego no sé si hay una resistencia en mí (el patriarcado en mí!), o algo que no acabo de entender, que es el asunto del amor. Por ejemplo, hay quien habla de “agamia”, que es una manera como más técnica de llamar a lo mismo que Gainsbourg llamaba “anamour”, y que es precisamente lo que estamos llamando aquí de una manera más positiva promoción de la amistad. En general puedo entender perfectamente que las mujeres, cuyo género siempre ha estado ligado a ejercer las funciones del amor, cuando quieran emanciparse sospechen mucho del asunto. También entiendo pefectamente que la amistad es una relación mucho más política que el amor (Arendt decía incluso que el amor es la más poderosa de las fuerzas anti-políticas, porque extrae a los amantes del mundo común, cuando para ella la amistad es la clave de la política, porque hacerse amigos es hacer existir un mundo compartido). En fin, que puedo entender toda esa sospecha o aversión al amor. Pero el punto es que puedo entenderlo, pero no comprenderlo: en realidad no lo comprendo ni un poco. Quiero decir, me parece imposible el anamor, o en todo caso, posible o imposible, yo no querría vivir en un mundo así. No puedo verlo de otro modo: todo lo que tiene que ver con el pensamiento, con la creación, también tiene que ver con el erotismo, con el deseo. Pero lo interesante de que el feminismo exista, me refiero lo interesante para mí por ejemplo, es que tal vez en algún momento va a contribuir a que ese deseo aparezca de una forma más pura, más purificada precisamente de todo lo patológico. Y no me refiero a un amor más “racional” o espiritual, sino todo lo contrario, más presente, más corporal, más vital. Y entender un poco mejor ese deseo, que existe de hecho, y al que por nada del mundo querría renunciar. Supongo que en estas cuestiones es imposible no hablar en nombre propio.
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Creo que uno de los puntos fuertes de la intervención intelectual de Arendt en los debates sobre la política
moderna fue precisamente el de habernos recordado el contenido concreto del ideal político antiguo, que habíamos perdido casi que completamente de vista en los tumultos modernos, con las esperanzas y decepciones suscitadas por las revoluciones. Ese ideal no era otro sino el ocio, la vida ociosa. Eso que también fue llamado libertad, en un sentido que tampoco es muy próximo al de nuestra experiencia común de la palabra, que como Arendt también señaló, tiene que ver más bien con la liberación, con el hecho de liberarse de una opresión. El ideal de la vida en común, de la vida en sociedad, era para los antiguos el ocio: y eso es lo que debía conseguir la política y lo que era la política. La finalidad de la política era inmortalizar a los hombres: es decir, hacerlos semejantes a los dioses, a esos inmortales y bienaventurados. Leí recientemente unas frases de Théophile Gautier, citadas por Proust, que remiten al mismo ideal: “La risa no es absolutamente cruel por naturaleza; distingue al hombre del animal, y es, como aparece en la Odisea de Homero, poeta griego, el rasgo principal de la existencia de los dioses inmortales y bienaventurados que ríen olímpicamente durante toda su borrachera en el ocio de la eternidad." Proust contaba cómo le fascinó esa frase cuando la leyó siendo niño en una novela sin importancia, como si ella al mismo tiempo hiciese acceder y velase el camino al último objeto de deseo. Creo que es algo que habría que recordar constantemente, y que aquellos que han significado algo en la modernidad comprendieron perfectamente. Marx, por ejemplo, siempre pensó con el contenido de ese ideal sus prefiguraciones de la sociedad sin clases. Pues el ocio, como supo también Aristóteles, es el único ideal posible de la vida humana, de esa vida cuya única finalidad es disfrutar de sí misma, de sus propias potencias y de su propia actividad: praxis. El resto de ideales (trabajo, ahorro, sacrificio, fidelidad, devoción, éxito...), si no son directamente engaños, no podrían sino ser ideales subordinados. Y probablemente el problema de nuestro tiempo siga siendo todavía el que identificó Marx: el de la emancipación del trabajo. Pero esa emancipación no puede consistir solamente en una liberación, en una liberación del capitalismo, que es lo que fundamentalmente esclaviza al trabajo, lo vuelve una condena, para extraer su plusvalor. Debe consistir sobre todo en hacer, organizar el trabajo desde el ocio mismo. En encontrar precisamente una libertad propia al trabajo, un ocio operativo, que probablemente aun así siempre va a ser trabajoso, penoso. Pero hay penas, como saben los poetas, los grandes (Dante, Rilke) que pueden dar lugar a las obras más maravillosas. Y la experiencia de la condena al trabajo, en una sociedad cuyo ideal fuese el ocio, es un tema poético tan riquísimo que daría con seguridad lugar a obras extraordinarias. Pero eso implicaría, evidentemente, dejar de ver el trabajo como lo que dignifica al hombre (es decir, al esclavo), o un medio de realizarse, o un medio de inserción social, o una tortura que se recompensa con dinero, es decir, con mercancías, o momentos de esclavitud capitalista que se compensan con momentos de libertad capitalista. Y evidentemente, esa misma sociedad capitalista no favorece en absoluto que esto se vea de otro modo. Por eso es tan importante que todas las personas que puedan hacerlo obren en esa dirección, en el de la rememoración de ese ideal del ocio, de esa experiencia divina, que puede tener un millón de formas diferentes de manifestarse. Y lo primero para ello es dejar de burlarse del mundo en que vivimos, y mostrar cómo es un lugar interesante, extremadamente rico, cómo puede suscitar diferentes formas de ocio. Y el trabajo debe aparecer en su justa perspectiva, como condena. Tal vez sea sí una condena de los dioses a esos mortales que poseen algo que los dioses desconocen, como decía Arendt, y es la capacidad heroica de arriesgar sus vidas. Los dioses no pueden ser héroes, en ese sentido. Y tal vez la contrapartida a esa capacidad sea la condena al trabajo, a “alimentarse con el sudor de su frente”, todo lo que simboliza el cristianismo en suma, la religión de esclavos. Por eso tal vez Simone Weil sea quien mejor ha entendido lo que es el trabajo; aunque esa comprensión la extrajo del socialismo, la metafísica revolucionaria, para llevarla al cristianismo, la metafísica de la resignación y el consuelo. Pero lo interesante en todo caso sería ser griego y cristiano al mismo tiempo, vivir con ese ideal y no huir, sino sobrellevar esa condena, para transcenderla en obras. Ayer comenzó el carnaval, bueno algunas fiestas previas, pero ya llegó, ya apareció ese espíritu en la gente. Si uno
se abandona, podría estar escribiendo durante una eternidad sobre esa fiesta maravillosa. Aquí dicen “brincar o carnaval”, es decir, “jugar” el carnaval. Y es, realmente, eso: como un espíritu de juego que se apodera de la gente, y las arrastra siguiendo a la orquesta, que siempre toca las mismas canciones que todo el mundo conoce. Es como que todo el mundo se vuelve niño de nuevo, un devenir-niño que rompe la rigidez, vigilancia y desconfianza de las relaciones sociales habituales. Un gran contento colectivo. Y ni siquiera tiene que ver con los disfraces. Tiene que ver, también, con que es una verdadera fiesta popular, y eso es algo extraordinario, porque en Europa nunca lo había conocido. De ahí que estar en el carnaval también sea como estar asistiendo a una película maravillosa e interminable, por la belleza de las relaciones que se generan entre las personas, y la libertad y la gracia de los movimientos cotidianos de los cuerpos y sus encuentros. Eso en Brasil ocurre mucho. En Europa todo es mucho más feo, rígido, regulado, gris: la sociedad está mucho más padronizada, atravesada en todos sus poros por el capitalismo, con la policía al lado todo el rato, etc. Pero en Brasil esa belleza de la vida convive con una desigualdad e injusticia muy profunda. Así que son las dos cosas a la vez. Uno puede quedarse sentado en una mesa de un bar y estar disfrutando como un loco simplemente mirando a la gente. Pero luego hay algo doloroso, también. Pero no quería hablar del carnaval, sino de algo que estuve pensando ayer, durante el carnaval, que no tiene nada que ver. En un detalle de la vida del alma, que son los procesos de identificación. Me ha ocurrido recientemente, leyendo una novela, se llama “Ella y él” de George Sand. Y entonces recordé todas las veces (realmente muchas) que me ocurrió algo parecido. Es de repente darse cuenta que uno está volviéndose uno de los personajes: que imita, que se apropria, o que se siente identificado con ese personaje (es el “él” de la novela, que supuestamente está basado en el pianista Chopin, que en la novela aparece como un pintor). De repente me apetecía hacer un poco más el loco, como él: no controlarme tanto en algunos aspectos... En fin, probar algo ligeramente nuevo. Es curioso, porque esa identificación no tiene nada que ver con que encuentre rasgos semejantes entre ese personaje y “yo”. Pero tal vez siempre me hayan fascinado ese tipo de personajes. No algo que ya soy, sino algo que me interesa ser, que me produce curiosidad ser. Y entonces uno puede experimentarlo un poco, no solo pensar sobre el asunto, sino experimentarlo un poco en la vida cotidiana. Pues en realidad es así como se forma la “personalidad”: a partir de un sinfín de identificaciones de ese tipo, con personas que uno va conociendo (y sobre todo con eso que uno no conoce pero imagina de ellas, adivina, inventa...), con personajes de novela o del cine, con cantantes que a uno le gustan, filósofos, escritores, lo que sea. Creo que tiene que ver con el amor, con el deseo. Salir de sí mismo, ir experimentando vidas de otros, para tratar de entenderlas, y entender así más la vida, quiero decir, la vida humana. Por eso también me quedé pensando que es un error la teoría de Brecht, que quería acabar con las identificaciones en el arte, para hacer un nuevo teatro científico. En el que uno no se identifica, no se proyecta en el otro, sino que se separa, se extraña de los acontecimientos para así verlos desde fuera y comprenderlos mejor. Gran error, pues no hay comprensión sin deseo, amor... Y eso tiene que ver con vidas humanas, con destinos. Brecht quería despertar el instinto científico en el público del teatro. Eso es muy bonito. También es un gran escritor, un gran artista, y eso le vuelve en cierto modo incriticable, y es un hecho. Pero creo que esa teoría en realidad era muy abstracta. Y también me quedé pensando en qué poco se parece eso con las identificaciones en política. Quiero decir, esa cosa de la política profesional de buscar a personajes con los que el pueblo se identifique. No me refiero solo a las construcciones de tipo mesiánico, o las más obvias y kitch tipo Trump. También a las más corrientes, del tipo Rajoy, en plan: bueno, es un tipo sencillo, campechano, no sabe ni pronunciar una frase con sentido, debe de ser medio tonto. Lo que tiene sus ventajas. En la “sabiduría popular”, tonto es igual a bueno (“es tan bueno que es tonto”). Y un tipo tan imbécil es imposible que tenga malas intenciones, planes maquiavélicos, etc. Al menos no va a pasar nada peor con él: y así se tiene a un gran líder de las tendencias conservadoras de la sociedad. Pero precisamente, es imposible identificarse con un líder político. Pues esa política representativa existe para que nadie haga política. Al revés de los personajes de ficción y de los misterios de las personas reales, esos personajes políticos no tienen nada en común con nosotros. Por eso es imposible entender la “política” representativa. Por eso las comparaciones con el teatro son malas; ya quisiera esa “política” parecerse en algo al teatro. En realidad es una sociedad cortesana, que pide que solo la observemos desde la cocina, que nos impide acercarnos a ella, que nos dice que hagamos nuestro trabajo sin importunarla. Todos los progresos de la democracia no han tocado ni un pelo a esa corte. Seguimos en el antiguo régimen, queridas. Aunque no hay nada de necesario en esa situación, evidentemente. En los últimos días, entre fiebres, clases, ocuparme de gatos, trabajar en artículos, soñar despierto y alguna fiesta, he estado dándole vueltas de vez en cuando a esa expresión “no se entiende”. Normalmente se usa como un reproche, del tipo: ese texto no se entiende, ese autor no se entiende. Es un juicio (negativo), no una simple constatación neutra: pues que algo no se entendiese directamente, podemos imaginar, también podría tener un sentido positivo, del tipo, es un misterio, qué interesante, qué habrá ahí, nunca había visto algo así, dónde me va a llevar eso, etc. Y lo curioso es que ese tipo de reproche, de juicio negativo, suele ser usado no por personas inexpertas, sino por quienes pretenden encarnar algún tipo de magisterio del pensamiento, del saber o de la cultura. Los estudiantes, por lo que he visto, tienden a decir “no lo entiendo”, y no “no se entiende”. En el sentido de: “es algo que puede entenderse, solo que yo no consigo entenderlo puntualmente, no sé lo bastante, etc.”; y si la desesperación llega, “algo que yo no consigo entender de modo alguno, pues debo de ser un poco idiota o limitado, debo de pertenecer a una subclase de la humanidad que no está destinada al ejercicio de la inteligencia, etc.”. Una posición sin duda más modesta, en cualquier caso, que la de quien dice “no se entiende” (hay que tener en cuenta que están diciéndoselo a un profesor, a alguien que tiene el poder de suspenderles o aprovarles). También hay reproches entre los estudiantes, del tipo “es muy difícil, imposible”, pero siempre me ha parecido que tenía que ver con la tendencia general a la pereza de los seres humanos, la tendencia a no querer trabajar, a no querer pensar, a no querer probar cosas nuevas… La pulsión de muerte, de repetición, vaya. (También se manifiesta en ocasiones la tendencia contraria, evidentemente). Por otra parte, la frase “no se entiende”, en el sentido de “ese autor no se entiende”, podría significar: “ese autor no se entiende a sí mismo”. Es decir, que está loco, es incoherente, su discurso cae en perpetuas contradicciones… Pero entonces esto habría que mostrarlo. Y para mostrarlo habría que leerlo atentamente y analizarlo. Pero entonces ya estaríamos entendiendo algo; algo que podríamos compartir o no, ciertamente, pero que podemos entender, que estamos entendiendo de hecho, y que podemos comunicar a otros. E incluso si no lo compartiésemos tendríamos que decir por qué. Pero precisamente la función de la frasecita “tal autor no se entiende” sea probablemente la de evitar hacer ese trabajo, ese trabajo de lectura, de análisis, de poner en riesgo mis certezas frente al discurso del otro, de abrirme al pensamiento del otro. Y no solo evitar hacerlo uno mismo, sino que lo hagan los otros. Creo que siempre que alguien dice “eso no se entiende” está diciendo en el fondo que es mejor no entenderlo. Está diciendo: “evidentemente, yo lo entiendo, pues mi profesión es entender, pero precisamente porque lo entiendo, puedo deciros a vosotros, incautos profanos, que no abráis esa puerta, pues en realidad no hay nada detrás, no hay nada que entender en el sentido de que no hay nada bueno ni verdadero que entender, es un libro lleno de errores, mentiras, frivolidades, contradicciones, etc., que me ahorro mostrar y os ahorro escuchar”. Pues quien dice que “eso no se entiende” está diciendo en realidad que entenderlo sería un riesgo, un peligro para la salud de la sociedad, para la moral de las personas de bien. Precisamente por eso quienes dicen “no se entiende” suelen ser personas que ejercen algún tipo de magisterio intelectual, profesores, escritores, especialistas de la prensa cultural, demagogos y demás líderes de la opinión, etc. Y no tiene que ver con la posición política o ideológica: alguien puede decir tranquilamente de un autor que “no se entiende” y al mismo tiempo pensar que está trabajando en su nicho cultural a favor de la democracia, los derechos humanos o el final de la violencia machista. Hay algo más transversal, más profundo ahí, tan evidente que ha llegado a ser algo que no es ni de izquierdas ni de derechas. Así que es un asunto muy pesado, pues es tener a multitud de personas que ejercen magisterio intelectual y multitud de líderes de opinión diciendo: no leáis. (No solo ocurre con los libros, claro, también con el cine, “esa película no se entiende”, con mil cosas más.) Siempre en nombre del sano sentido común, que esos sabios y especialistas de la opinión conocen tan bien. En realidad el “no se entiende” es un gesto de violencia, supongo que a veces de autoprotección (pues cuando uno lee algo de verdad no sale indemne de lo que lee, y puede ser una experiencia real, un peligro real que puede cambiar la vida), pero en todo caso un gesto que quiere parar el pensamiento y la comunicación por contagio que le es propia. Es colocar un cordón sanitario alrededor de tal autor, tal obra, tal tipo de escritura o de pensamiento, etc. Por eso creo que el conservadorismo actual, que puede convivir con cierto progresismo aunque cada vez lo haga menos, tiene que ver profundamente con eso, con toda esa policía de pensamiento, con todo ese menosprecio de todo lo que es diferente de la experiencia común, de todo lo que es problemático en la cultura, lo no directamente asimilable por las formas de vida actuales, etc. Y eso, perdonen ustedes, me da que va a tener que ver con cierta formación capitalista de las relaciones sociales, eso que se llama de una manera simpática “neoliberalismo”, y que efectivamente tampoco es de izquierdas ni de derechas sino que afecta a todo el mundo y nadie tiene una posición privilegiada en eso. Las crisis y transformaciones de la cultura son mucho más profundas que la disputa política aparente. Aunque tampoco es tan así. También lo que veo, en ambientes tal vez menos representativos de un punto de vista estadístico (estatal) pero mucho más reales y palpables, del tipo experiencia cotidiana, en el trabajo, con las personas con las que me relaciono, etc., es que sigue habiendo muchas personas que lo que sobre todo quieren entender es precisamente eso que los demagogos dicen que “no se entiende”. Aunque también es cierto que esas personas lo tienen casi todo en su contra en la sociedad actual, y están en una posición más de resistencia que de otra cosa. Pero quién sabe si en algún momento incluso por error y malentendido se da una renovación cultural, una poesía nueva. O simplemente poesía, hoy. Quiero decir, evidentemente que hay algunos poetas; pero me refiero a algo que toque a la sociedad, que la afecte, que se vuelva “moda”, incluso, si se quiere. |