Hoy es el día internacional de los trabajadores. (¿Es el día del trabajo o el día de los trabajadores, significa lo mismo? - pregunté a unos estudiantes durante una clase, bromeando.) Supongo que una manera posible de celebrarlo, solitaria, silenciosa y poco llamativa, es la de reflexionar sobre lo que significa. En la palabra reflexionar está la palabra reflejo. Como si las reflexiones hubiesen sido inventadas no por los hombres sino por la artesanía humana de la fabricación de espejos, y antes supongo por todo lo que refleja y espejea, el agua cuando su superficie está lisa, los juegos de la luz del sol cuando atraviesa el humo o proyecta sombras tras las formas, doblando y multiplicando las cosas, convirtiéndolas en imágenes. Y la escritura que hace que la voz y la palabra también se vuelvan imágenes, reflexiones; y la pintura, la fotografía, el cine... La naturaleza y el arte en su conjunto inventaron probablemente las imágenes, y por tanto la reflexión. Hay desde luego, algunas imágenes conocidas, la primera, aquella bastante espantosa del vil asesinato de unos trabajadores en una fábrica de Chicago. También hay las innumerables imágenes que a uno le pueden venir a la cabeza del movimiento obrero, por ejemplo del himno de la Internacional: “no somos nada, lo seremos todo”. Otras de los grandes líderes del pasado. Y principalmente muchas de las grandes masas desfilando, marchando hacia adelante, como tomando posesión del mundo que siempre les perteneció. Toda esa grandeza pasada, en fin. Y hoy lo que tenemos generalmente es a unos sindicalistas desfilando bastante aislados. Algo falta, en cualquier caso, en la imagen actual, con respecto a la grandeza de la imagen pasada: precisamente las grandes masas anónimas de trabajadores y trabajadoras. Pues eran ellas las que daban la grandeza a ese movimiento. Ahora probablemente muchos de esos sindicalistas expliquen que esos trabajadores ausentes de la imagen deben de haber sido engañados o seducidos por los encantos de la mercancía, esa misma mercancía mediante la cual el capital explota y roba la vida de sus compañeros. Simone Weil llamó esclavos motorizados a esos trabajadores estadounidense que empezaron a poder comprar un vehículo propio. Hoy podríamos hablar también de esclavos mediatizados, de esclavos conectados o virtualizados, etc. Cosas así se pueden decir eternamente, siempre encuentran a alguien que las diga, y se dicen en efecto. Hoy en día, a pesar del triunfo avasallador del capitalismo, todas las personas conscientes lo critican individualmente en algún momento u otro, en algún ámbito u otro, todo el mundo tiene su momento marxista en ese sentido. Pero el problema es que las grandes masas son inconscientes de la situación, o tal vez les falte también coraje: se han hecho a la vida cómoda de las clases medias, sólo quieren su coche, su sofá, su televisor, su lavadora, su microondas, su laptop, su celular... Sea como sea, el hecho es que prefieren quedarse en casa, o donde vivan, quedarse holgazaneando como idiotas en lugar de salir a desfilar. Pero el día internacional del trabajo es también un día de ocio. Y es también un hecho que los trabajadores, en gran parte, han luchado históricamente por no trabajar, o en cualquier caso porque su vida sea algo más que trabajo (lo que quiere decir obediencia, servidumbre, etc.) Han luchado en gran parte por tener días de ocio como este. Por eso es completamente indigno “criticar” las formas de ocio de las personas que se ven obligadas a hacer trabajos penosos para poder sobrevivir, en el capitalismo. Lo que es denunciable son precisamente esas “críticas”, que son como una especie de gesto de impotencia reflejo: que yo proyecto sobre los demás, sobre los anónimos. Y lo que es criticable es el capitalismo. Pero criticar es conocer, no denunciar. Conocer cortando, dividiendo, separando dos cosas. Es eso la dialéctica. La emancipación de los trabajadores, al menos en los países capitalísticamente “avanzados”, ha tenido por consecuencia ese cierto ocio de los trabajadores, que tiene su aspecto aparentemente más serio e importante en el hecho de poder estudiar, poder descansar y ser atendidos si están enfermos, dedicar un tiempo a criar o educar a sus hijos e incluso disfrutar de una vejez más o menos apacible, fuera en todo caso de los centros de trabajo. Pero ese ocio, o esa libertad ganada sobre la esclavitud asalariada, tiene otro aspecto aparentemente mucho más banal: el de tener de vez en cuando algo de tiempo de sobra para holgazanear, entre jornada de trabajo y jornada de trabajo. Es decir, tener algo de tiempo libre. Un tiempo libre, por definición, también es un tiempo que me pertenece, que nadie puede decirme cómo tengo que usar, un tiempo de independencia. Que puedo usar como quiera, yendo a una manifestación, quedándome en casa viendo la televisión, paseando por la ciudad, con amigos, comunicándome por internet... Evidentemente, el mundo material configurado por el capitalismo también afecta a las formas de ocio, a los ratos de libertad. Hay en efecto un mundo sensible del capitalismo, un mundo de imágenes y de reflejos propio a ese modo de producción. Sería absurdo llamar a eso espectáculo, podemos llamarlo simplemente entretenimiento. Pero el entretenimiento no ha sido en absoluto inventado por el capitalismo, que sólo se lo ha apropiado: es ese arte que, según Las mil y una noches Sherezade dominaba a la perfección, postergando su muerte segura historia tras historia. El entretenimiento es el arte de la historia maravillosa, de la ficción, que Borges, por ejemplo, llevó a una gran precisión e ingenio. Pero el entretenimiento no sólo está en la ficción, sino también en la prensa, los informativos televisados, incluso las conferencias, las manifestaciones, las reuniones de todo tipo... Entretenir en francés significa mantener, conservar. Por ejemplo, limpiar la casa es una manera también de entretenir, mantener la casa para que siga en buenas condiciones de uso. Sin entretenimiento, todo se arruinaría, pues detrás del entretenimiento está la muerte. El entretenimiento está hecho de cuentos maravillosos tras los que solo habría una realidad insoportable, la muerte. Por eso siempre produce angustia el hecho de que la historia que se está narrando se acabe. Como si esa angustia tradujera el aniquilamiento del tiempo de la vida ociosa por la ficción. Y hoy es completamente consensual decir de toda forma de arte que su objetivo es contar una historia: el omnipresente periodismo, la literatura, el cine, los “intelectuales” incluso, todos supuestamente contarían historias. Podemos tener nuestro propio lugar en la ficción, en los videojuegos. E incluso el cine, que según parece ya no entretiene lo suficiente, es reemplazado por las series fabricadas para la televisión; lo que también afecta a muchas películas, que tienen más o menos entregas según lo que recauden en las taquillas, pero también son muchas veces como series en potencia. Así, un arte que en la historia de Sherezade es usado por los sometidos invierte su función. Ya no se trata de contener al tirano, sino de mantener cerca de sí a las grandes multitudes de trabajadores. Es decir, se trata de vaciar ese tiempo libre, que al final del ocio no quede nada más que el hecho de que hay que volver al trabajo como siempre. Como si en ese mundo del entretenimiento capitalista, se tratara de decir a los trabajadores: la libertad no es nada, es una ficción, la única realidad es la servidumbre, el trabajo asalariado. Y tras ello la muerte. Con un último giro en la historia, el trabajo también se trató de hacer entretenido, como para construir una especie de gran homogeneidad con el consumo. (Una vez más, esto sólo es válido para los países capitalistamente dominantes, o sea para una minoría de la población mundial). De ahí que algunos piensen que ahora el capitalismo crea formas de vida directamente, llamadas neoliberales. Pero tampoco es cuestión de dar una importancia exagerada a esas modificaciones. Pues lo único que indica el neoliberalismo es que el capitalismo venció una gran batalla, la primera gran batalla de nuestro tiempo. Pero la contradicción sigue ahí. Y también sigue ahí la gran cuestión de la emancipación de los trabajadores: la conquista del ocio. El mundo de imágenes y reflejos capitalista ha construido su propio mundo sensible que llena el ocio conquistado por los trabajadores, con el entretenimiento, que asegura que, después de la libertad ficticia, uno vuelva a la “triste realidad”. Pero ese mundo sensible trata con todas sus fuerzas, que son muchas, de que al ocio de los trabajadores falte todo lo que es lo más precioso del ocio: el pensamiento, el arte, la política. Todo eso que, conocido en el tiempo libre, puede volver imposible, o al menos intolerable, volver al tiempo de la servidumbre. Todo lo que a uno le saca de donde está, le hace conocer cosas que ni siquiera podía imaginar que existían, experimentar posibilidades inéditas de sentir, de pensar, de relacionarse con otras personas. Pues para salir de la servidumbre, al menos para romper con cualquier complacencia con respecto a ella, lo primero que se necesita es experimentar que hay algo en la libertad, más que nada. Evidentemente, todos los que quieren gobernar a los trabajadores, aunque se llamen anticapitalistas o se consideren contrarios al neoliberalismo, van a tratar de atraer su atención con historias; eso sí, van a contarles otras historias, con otros protagonistas, otros desenlaces, etc. (Y sobre todo van a decir que todo esto no tiene ninguna importancia, que es un asunto de “comunicación”, que preocuparse mucho por estas cosas es estetismo, izquierdismo, qué sé yo. Dice mucho del bloqueo actual de los impulsos revolucionarios, a pesar del reciente despertar, cómo la clásica cuestión de la relación entre el arte y la revolución esté completamente olvidada.) Contar historias igualmente, pero contar otras historias, lo que ya se ha intentado muchas veces, sin resultados (piénsese en el llamado realismo socialista, la vieja intriga psicológica burguesa pero con protagonistas proletarios): y es que parece absurdo querer competir en ello con el capitalismo, que tiene muchos más medios para contar sus historias y llevarlas por todas partes. Tal vez lo único revolucionario sea salir del entretenimiento, no entretener en absoluto, no querer ser entretenido en absoluto. Lo que también quiere decir salir de la ficción, y mostrar reflejos, imágenes, reflexiones de la realidad. Reflejos, imágenes, movimientos, colores, voces, ritmos, y no historias, eso es lo esencial. Como el 15M, por ejemplo, fue un momento sin historia: un día libre, o unas semanas libres. Y al mismo tiempo un día o algunas semanas extremadamente atareadas, pero en la que cada uno se ocupaba libremente en construir la libertad allí donde pensaba que era más oportuno. Fuera de días como el 15M, que ya nacen como milagrosamente liberados, salir del entretenimiento, conquistar un tiempo emancipado, tal vez también pase en muchas ocasiones por atravesar el aburrimiento, lo que puede parecer mucho menos atractivo. Para mí, en todo caso, fue así. Arriesgarse al aburrimiento, a no tener el tiempo libre ocupado por nada, a quedarse dormido por momentos por el extraño ritmo tan poco entretenido de una película o una música, a no entender nada o entender mal o no saber lo que has entendido, ni lo que has visto o has oído, a perder las seguridades que se tienen cuando el entretenimiento te mantiene. El aburrimiento, en cierto modo, es el trabajo del ocio, lo que quiere decir igualmente el trabajo de la libertad. Rimbaud lo decía, ese poeta que pasó por la historia como un relámpago: nadie nunca se aburrido tanto como yo. Heidegger también lo vio muy bien: es el hecho de ser capaz de afrontar el aburrimiento lo que puede liberar de la angustia, y no la ficción. Los reflejos de la realidad, todo ese espejeo del mundo, las imágenes, reflexiones y juegos de la vida consigo misma son maravillosos. Sin embargo, el entretenimiento y sus ficciones no dejan de afear el mundo y a la gente, de despreciarlo, etc. No es triste la realidad: lo que es triste es tanto la realidad del capitalismo como sus ficciones.
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