Escribo estas líneas bajo el impacto del discurso de Manuela Carmena tras su investidura como nueva alcaldesa de Madrid. Mejor dicho, bajo el impacto de su no-discurso. Su discurso en cierto modo “anti-político”. Me gustaría simplemente tratar de entender ese pequeño o gran acontecimiento que supuso la primera toma de palabra de Carmena como alcaldesa. Pues es tan raro que oir a una figura pública hablar sea un acontecimiento...
Antes de las elecciones ella ya había dicho que no gustaba de la política (luego matizó). Uno podría entender de eso que lo que repugna a Manuela son las miserias de la política, su aspecto mezquino y vil: corruptelas, intrigas, maniobras, mentiras, etc. Pero tras oir ese discurso, pensé que tal vez tampoco le gusta la grandeza de la política: alta retórica, o retórica inflamada, llamadas a la Historia, al heroísmo, etc. Y ahora pienso que tal vez la grandeza y la miseria de la política (la vieja, la tradicional), sean dos caras de lo mismo. Rajoy, por ejemplo, aunque su retórica sea de una calidad infame, todavía la usa. Pero claro, cuando Rajoy habla, no es Rajoy quien habla. Es el equipo de comunicación del PP. Y la retórica reciente, siempre insistía en la misma historia: la crisis como una especie de cataclismo natural, que los (trabajadores) españoles habrían de redoblar los esfuerzos y sufrimientos, y que en algún momento se superaría y esos esfuerzos se verían recompensados. Es globalmente, ya se sabe, la retórica oficial de quienes mandan en Europa, el gobierno en España simplemente la reproduce, etc. Es un discurso que gobierna en general hoy en día el mundo “occidental”, y que trata de gobernar el mundo entero. Pero lo que quería plantear es que no solo esa retórica, sino que tal vez la retórica, en general, buena o mala, siempre esté hecha para gobernar: es un medio de gobierno, si no el principal (y no las “infraestructuras”, aunque uno siempre quede como alguien muy agudo diciendo esto último, como alguien capaz de ver más allá de las apariencias). Trato de explicarlo. En primer lugar, la retórica gobierna (domina, subyuga) al que la usa. Y de eso todo el mundo se da cuenta. Cuando una figura pública dice algo que no piensa, con lo que no está de acuerdo incluso, se nota. Y la única manera de que no se note, es que no se note en general nada de lo que piensa o siente esa persona: por eso muchas veces esas figuras públicas parecen robots, o muñecos. Por eso la retórica es una especie de suicidio moral. Pero también, lo que es más importante, la retórica domina a los que la escuchan, simplemente porque la retórica atonta, embrutece, aburre (consignas, frases hechas, etc.). Incluso la de izquierdas, lo único que hace es encantar y encantarse consigo misma (“estamos en un momento histórico”, etc.): “hacer partido” como se dice, o tratar de hacerlo. Está hecha, como Rancière lo dijo una vez con mucha fuerza, para vencer a los que te escuchan, para hacer callar. En la retórica la palabra se separa de los cuerpos para volver a ejercer su vieja función de servir a la manutención de los privilegios. El 15M, de un modo bien radical, acabó con la retórica. En eso también se distanció mucho de otros momentos políticos fuertes semejantes. Rompió con la reunión política del tipo: discurso-aplausos-y-o-abucheos, discurso-aplausos-y-o-abucheos, eso muchas veces y luego votación. Las intervenciones eran concretas y se referían a la situación que compartíamos: punto. Nunca eran exhibición del virtuosismo del que hablaba: al contrario, se favorecían las intervenciones menos virtuosas, y esas eran las que más representaban el sentir común. Importaba mucho más escuchar que hablar. Es decir, importaba mucho más pensar en silencio y estar atento a los demás y a lo que ocurría que estar fabricando discursos en su cabeza para sobresalir uno mismo y ponerse delante a liderar. Aunque eso sólo fue así durante cierto tiempo. Pues el 15M acabó con la retórica, pero la retórica también acabó con el 15M. Como en tantos otros aspectos, Carmena reconecta con esa política anti-retórica del 15M. Su único gesto retórico fue citar algunos de los lemas que se hicieron visibles con el 15M (gobernar escuchando, inteligencia colectiva, los cuidados, etc.). En el resto, un puro discurso-acción: vamos a hacer esto, tenemos que cambiar lo otro, hay que ponerse las pilas, tenemos que trabajar en tal dirección, etc. Pues no se trata simplemente de una cuestión de formas, o si se quiere, las cuestiones de forma nunca son simples cuestiones de forma. No se trata simplemente de quitar solemnidad a un acto, sino de transformarlo por completo. Pasar de toda retórica, y empezar a actuar desde el primer momento. Es increíble, pero viendo a Carmena hablar parecía que el pleno del ayuntamiento de Madrid se había transformado en una asamblea. De repente, la representación se hacía presencia: Carmena nos hacía a todos los que la escuchábamos partícipes de una situación común, en lugar de expulsarnos de ella como hace la retórica. Pero esa presencia era ambigua. Y esa ambigüedad se parecía también mucho a la del 15M. Pues en el fondo, con todo el feminismo, con toda la buena voluntad real de hacer frente a la ayuda urgente que necesita mucha gente por causa de los últimos descalabros económicos (es decir, por causa de los últimos mangoneos capitalistas), ninguna mención a los “trabajadores”, ninguna mención ni por asomo a la retórica socialista y revolucionaria. Pero al mismo tiempo, en la práctica, en las líneas de dirección que estaba marcando, una gran insistencia en el “emprendurismo social”, incluso citando el ejemplo de una empresa gestionada en cooperativa. Pero todo eso, manteniendo cierto lenguaje seductor em relación al “enemigo”: evidentemente, lo que lo decide todo es la competencia, que incluso tenemos que radicalizar, haciendo que todos compitan en igualdad de condiciones, y para ello eliminar las trabas que suponen los amiguismos, enchufismos y demás, etc. Es decir, usando en cierto modo, para hablar del “asociacionismo”, las palabras del neoliberalismo. La ambigüedad consistía en que a veces uno parecía estar en una asamblea, y en otras uno tenía la sensación de asistir a la reunión de la gestora de una empresa. Esa ambigüedad es bien real. Creo que mucha gente “de izquierdas de toda la vida” la sintió también en relación al 15M. Pero también, al menos yo siempre tuve la impresión de que era lo más nuevo, lo más revolucionario. Pues las palabras que supuestamente indicaban una división y una perspectiva de transformación real, como “socialismo”, como “izquierda”, hacía tiempo que ya no significaban gran cosa, y eso gracias especialmente a las acciones de los partidos socialistas y de izquierda. De repente, en el 15M, lo que teníamos constantemente eran palabras ambiguas (personas, democracia...) pero actos sin ninguna ambigüedad, como ocupaciones, desobediencia colectiva, etc.: lo contrario de la vieja política. Una gran radicalidad práctica acompañada de un lenguaje en nada extremo. Ahí pensé que lo fundamental era volver a las “cosas mismas” de la política, y dejar de engatusarse con las palabras: y que a partir de esas cosas tal vez se retomaría contacto con otras cosas reales de la historia. Y que algunas palabras volverían, pero sin forzar su vuelta. Pues había un largo camino que recorrer, para reencontrarlas como si fuesen pronunciadas por primera vez; y toda precipitación en esto me parece un error. Pues las palabras también se gastan y deterioran, sobre todo si han sido usadas constantemente, por los especialistas de la “dialéctica”, para decir tanto una cosa como su contrario desde hace un siglo. Pero las cosas siguen ahí, la lucha de clases, etc. Y evidentemente, sin ganar terreno al capitalismo (ese “feudalismo industrial”, según las palabras de Chomsky), no se va a avanzar tampoco en llevar la democracia a todos los aspectos de la vida social. Pero hacer este diagnóstico simple no dice nada sobre qué política podría, al menos, ganar un poco de terreno al capitalismo. Carmena, usando solo palabras corrientes de hoy, que incluso hacen que a veces a uno le duelan un poco los oídos, ha hecho cosas inimaginables en una reunión de política “oficial”. Evidentemente, la vía de dejarse de discursos e ir a los hechos es ambigua, como decía antes: y esta ambigüedad, creo, va a estar ahí por un tiempo largo. Pero creo que es infinitamente mejor decir “emprendurismo social” para fomentar las cooperativas que decir “asaltar los cielos” para llegar a algunos puestos de gobierno en un país de la periferia de Europa. Un poco de modestia, por favor: no sois más que servidores del pueblo y de la ciudadanía. Dejémonos de discursos y trabajemos en las líneas marcadas por el 15M, en eso ha consistido básicamente el no-discurso de Carmena. Este análisis, evidentemente, no toma en cuenta las mil y una dificultades del camino, etc. Pero lo que me ha impresionado no es una dificultad, sino una potencia, que Manuela ha ejercido con gran autoridad. Mi esperanza particular, a este respecto, es que con todo esto vayamos descubriendo un socialismo no autoritario, que vayamos inventando, como diría Foucault, la política socialista. Pues al menos el neoliberalismo ha tenido la virtud a contrario de mostrar lo rápido que se confundía habitualmente la socialización con la estatalización. Habrá tal vez quien crea que esto es muy utópico. A mí lo que me parece completamente utópico, y sobre todo anacrónico, para cualquiera que conozca un poco la historia del siglo XX, es volver a alguna edad de oro de la socialdemocracia y del Estado del bienestar.
0 Comments
"Los cielos" sólo quiere querer decir mirar hacia arriba. Estamos hechos para ello. Todo lo que no sea eso es una degradación de la especie humana. Por eso el paraíso no es una utopía - mal concepto. Es una cuestión de fe, pero fe quiere decir confianza. El paraíso es una creación (material) de los hombres (de las mujeres) cuando confían unos en los otros, y mâs bien cuando confían en el mundo en el que viven y que son. Es cierto que siempre se imaginan motivos para la desconfianza. Y a veces ocurren cosas que no se entienden, y eso también genera desconfianza: el no entender. Pero también puede mantenerse pese a quien pese la voluntad de entender, y eso mantiene viva la llama de la confianza. El trabajo. Y a través del trabajo el juego, la levedad, la música que surge de las cosas... Por ejemplo, la filósofa Arendt mantuvo la voluntad de entender incluso ante el nazismo que la atacaba directamente como judía. Si el fascismo, el nazismo, pueden ser entendidos, qué no podría serlo? Entender no significa decir "Bien" o "Mal". Es más bien lo contrario, nunca decir bien ni mal. Lo que no impide, en absoluto, sino que vuelve posible decir justo e injusto. Deleuze lo vio muy bien: la emancipación es la confianza. Con la desconfianza comienza la reacción. Política e históricamente hablando. Confianza, "philia" que diría Arendt. Esa energía que nos vuelve invencibles, puro poder humano. Fuente de la política, origen de la civilización. Confianza, sí, pero también verificarlo todo, ser todo atención, no dejar nada sin reflexionar. Rancière y Jacotot, Sócrates y sus exámenes (no sólo de conciencia) diarios. La confianza nunca es una simple y tonta fe ciega: es fe con los ojos abiertos. Hegel decía que la expresión "Reino de los cielos" mostraba hasta qué punto el pueblo judío había desconocido cualquier otra situación política que no fuese la tiranía y el despotismo (y por tanto hasta qué punto el cristianismo mesiánico es un elemento completamente ajeno a su cultura). Eran incapaces de pensar el paraíso de otro modo que como una variante de la dominación. |