Cuando alguien escribe se encuentra en una situación muy particular. Está solo, aislado, separado del mundo y sin ningún medio de acción. Está, se mire por donde se mire, en una situación de impotencia. Podría pensarse que la palabra todavía le da un poder y una posibilidad de acción, de comunicarse, y de actuar o de influir por tanto en las acciones de aquellos que no están aislados y que tienen algún poder. Pero en la situación de escritura que consideramos no hay tal comunicación, o más bien no hay tal voluntad de comunicación - y tampoco hay alguna perversa o esnob voluntad de incomunicación, tal y como lo entienden a menudo las almas simples. Escribir no es servirse del poder que pueden tener las palabras, su poder de actuar, de comunicar: mandar, seducir, salvar, condenar... Cuando uno hace esas cosas con las palabras, no escribe, hace teatro, aunque sea un teatro escrito. Pero para escribir es abandonar hay que abandonar el teatro. La literatura, en ese y en todos los sentidos, es muda y absolutamente solitaria, no gesticula, no comunica nada, no ejerce ninguna fuerza sobre nada, no hace actuar. Y eso es así porque despoja a las palabras del poder que habitualmente ejercen en el mundo. En la escritura, las palabras son meras palabras, nunca acciones. De ahí que la literatura se mantenga siempre en esa situación fundamental de impotencia. Ahora bien, si la literatura fuese solo impotencia no existiría simplemente, y las palabras que son meras palabras también son algo. Escribir también es, evidentemente, algún tipo de acto o de actividad. Blanchot, incluso, en “La literatura y el derecho a la muerte”, y en referencia a una anotación de Kafka, estableció una analogía entre el acto de escribir y el acto revolucionario: “Todo escritor que, por el hecho mismo de escribir, no es conducido a pensar: yo soy la revolución, solo la libertad me hace escribir, en realidad no escribe”. El acto más impotente sería así, en cierto modo, equivalente al más poderoso de todos, al más profundamente transformador. ¿Cómo es posible entender eso? Pero, de hecho, en la escritura hay siempre eso: una acción es producida a pesar de una situación de impotencia absoluta. Escribir es lo imposible que se hace real, simplemente. De ahí que la literatura nunca acabe de estar en el mundo ni de convivir con las personas que lo habitan, sino siempre flotando alrededor suyo, como las nubes durante el día o los astros durante la noche, en una especie de virtualidad extraña, que habría que analizar, como existencias espectrales, vigilias nocturnas, presentimientos, percepciones inseguras, palabras medio oídas medio adivinadas. -¿Y quién, al fin y al cabo, se encuentra social y políticamente en una situación de impotencia absoluta? - Los oprimidos, los explotados, los anónimos del teatro de la historia. - ¿Y quién escribe por tanto, quién es el verdadero autor de la literatura, y no Kafka, Rilke, Woolf, Borges, Flaubert, Cervantes, Proust, Walser... ? -... - Y por otra parte, ¿cuál es esa situación social y política en la que en un momento dado algo era imposible y justo después se vuelve real? -... Con lo que se puede comprobar que escribir no es nada fácil. Y que esto no es literatura todavía, solo un pensamiento sobre ella.
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