Es curiosa, interesante, pero también un tanto ridícula esa costumbre de los pedagogos marxistas de enseñar a los legos cómo hay que leer “El Capital”: si saltándose algún capítulo, si olvidando tal parte, si pasando directamente de una página a otra muy alejada... Como una versión científica (o dogmática) de esos libros de entretenimiento liberal “elige tu propia aventura”. A este respecto, resulta muy esclarecedor el estudio de Patrice Loraux “Les sous-main de Marx”, que investiga entre otras cosas cómo era la mesa en qué Marx trabajaba, qué textos había en ella, y cómo a partir de todos esos textos se formaban los textos que conocemos como de Marx; y que muestra que en el fondo no hay ninguna obra que pueda ser atribuible al autor Marx, que lo que llamamos “obra de Marx” es siempre un trabajo de edición (desde su primer editor Engels). Una obra colectiva, en efecto: pero de ningún modo en el sentido épico en el que los marxistas suelen usar esa expresión. Pero, sea como sea, y aunque fuese por razones opuestas a las que aquí vamos a considerar, Althusser estaba en lo cierto al recomendar a los lectores saltarse el primer capítulo, aquel sobre el fetichismo de la mercancía, y en general en su reconstrucción de un Marx despojado de todo elemento hegeliano. Althusser practicó esta “edición” de la producción textual de Marx para hacer de Marx un autor plenamente científico, y así borrar toda huella de cristianismo especulativo. Pero fuera del combate de sombras entre la ciencia y la ideología, hay que reconocer que, en efecto, los elementos idealistas presentes en Marx, muy especialmente el tema del fetichismo de la mercancía, y en parte el de la dialéctica de la alienación, figuran entre los más débiles de su producción. Muestran a un Marx extrañamente fuera de su tiempo, que confunde el capitalismo con la producción artesanal, y vehiculan un odio por lo demás muy burgués, muy aristocrático, a la pequeña burguesía, que gran parte del marxismo heredó. Todo eso figura entre lo más reaccionario que ha acompañado al marxismo en su corta historia. Pues no es verdad que debamos “abolir la mercancía”: lo que debemos es tener mercancías mucho mejores que las que es capaz de producir el capitalismo. Pues lejos de producir una enorme acumulación de mercancías, el capitalismo no ha sido capaz de producir ni una sola en condiciones. Es precisamente esa parte aristocrática de Marx la que necesita ser abolida. Necesitamos mercancías verdaderas, mercancías maravillosas, mercancías comunistas, mercancías nacidas de un trabajo liberado, de un trabajo que se vuelve arte. Pues todos seremos artistas, y eso sí lo vio Marx en algunas ocasiones, especialmente en algunas páginas de un libro que tampoco gustaba a Althusser: los manuscritos de 1844. La utopía comunista de Marx, en ese momento, no era diferente a la utopía estética que recorrió Europa durante finales del siglo XVIII y gran parte del XIX: es el comunismo de los artistas, que probablemente sea el único comunismo que exista. Tal vez pueda decirse que, en esas condiciones, la mercancía ya no es mercancía: pero tal vez sea mejor considerarla todavía así. Pues el comunismo debe aprender a vivir en la claridad. Y no hay, por tanto, ningún fetichismo de la mercancía en el capitalismo: esa idea no es más que un producto del esnobismo de Marx. Por otra parte, Marx dio con la línea exacta del movimiento comunista. Pero hay que destruir muchas de las cáscaras petrificadas de la historia del comunismo (del marxismo) para ver esa línea con claridad. El marxismo, por usar una expresión un tanto envejecida, sí es algo precisamente que precisa ser deconstruido. Hay que redescubrir el comunismo como movimiento, y dejar de lado toda idea del comunismo como partido. Marx nunca debió escribir un Manifiesto del Partido Comunista, sino un Manifiesto del Movimiento Comunista. Frente a ese Marx aristócrata que ha sido transmitido por el marxismo, necesitamos (re)descubrir a un Marx proletario. Y es que, ante el capitalismo, toda persona que piensa es un comunista. Y si fueron los obreros fabriles los que crearon el movimiento comunista no es porque eran seres completamente desprovistos de todo por el capitalismo, como opinaba Marx, sino porque fueron literalmente quienes más pensaron en el siglo XIX. O por decirlo de otro modo, hay que dejar de lado a Marx y reaprender a mirar al movimiento comunista como él lo vio: dejar de lado los conceptos e ir a los fenómenos: volver a las cosas en sí del comunismo, a las cosas comunistas mismas. Marx no fue ningún fundador, salvo el fundador de un partido: pero a eso no se le puede llamar fundar – inventar, crear una nueva autoridad en el mundo –, sino aumentar – una autoridad ya existente. Marx fue un passeur, tal vez el mayor passeur de la historia del comunismo. Él transmitió el comunismo, le hizo tomar otras formas, le dio un impulso nuevo. Pues Marx importa, como importa todo hombre que haya alguna vez vivido: pero más importa el comunismo, pues es la aspiración de todos los hombres. Por eso Marx debe dejar de ser la autoridad que ha sido hasta ahora para el movimiento comunista, pues ese movimiento fue creado por personas anónimas, que nadie recuerda, si no es para despreciarlas, y por las que nadie, o casi nadie, se interesa: ellas son las verdaderas fundadoras del comunismo.
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Hay, de vez en cuando, hallazgos lingüísticos que parecen fabricados para funcionar como emblemas en la lucha política. Uno de ellos fue el de desbordamiento. Usada por López-Petit en el momento en que estaba en juego saber qué sería del 15M tras el fin de las acampadas y las ocupaciones de las plazas, la idea ambigua de desbordamiento podía simbolizar que el final de las ocupaciones no era el final del movimiento, sino su difusión y su extensión al resto de lugares de la sociedad. Las diferentes mareas, la fuerza post-15M de la PAH, momentos como el de Gamonal y muchos otros parecían dar la razón a López-Petit. Algo se desbordó del 15M, algo de esa nueva política de los anónimos se difundió en toda una serie heteróclita de acciones y momentos. Pero la lógica del desbordamiento también ha sido la del progresivo difuminarse del 15M, tras la pérdida de la unidad que permitía permanecer en el mismo sitio, en el momento de la ocupación de las plazas. Y ningún otro tipo de unidad en las condiciones mismas del 15M ha sido pensada desde entonces. Esto último no fue remediado sino por la intervención de un elemento completamente ajeno: la iniciativa de Izquierda Anticapitalista de montar un partido post-15M con vocación electoral. Así nació Podemos, pretendiendo dar una unidad a todo el espectro social difuso post-15M. Pero esa unidad venía del “viejo mundo”: era una unificación en los términos y perspectivas de la vieja política, en este caso el viejo leninismo. Aunque esta vez, según los análisis estratégicos de Izquierda Anticapitalista, el leninismo estaba pasado por un filtro populista y reformista, despojado de toda violencia insurreccional. Tras las experiencias de Venezuela y otras en América Latina, Izquierda Anticapitalista considera haber encontrado la fórmula para dar una nueva vitalidad a la socialdemocracia, al reformismo. Se trata esta vez de un reformismo sin perspectiva comunista: tomar el aparato de Estado, sí, pero no para transformarlo después en una perspectiva socialista. Pues según estos análisis el Estado burgués ya es en su esencia socialista, sólo funciona accidentalmente en un sentido capitalista: hay por tanto que rectificarlo, simplemente, con la sola arma del derecho (Reich), que es lo único que rectifica. El nuevo socialismo (“socialismo del siglo XXI”), eso que se llama populismo, es en realidad un idealismo del Estado de Derecho, al menos para los populistas madrileños. La sociedad sin clases, el fin de la explotación del hombre por el hombre, la emancipación de todas las fuerzas oprimidas, todo eso no es más que metapolítica, utopías infantiles o “religión”: la política socialista no consiste más que en el Imperio de la Ley. Por eso, para acabar con el capitalismo, basta simplemente con que el Estado de Derecho funcione bien. Así, más que de un socialismo reformista, podemos hablar de un socialismo rectificador, o de un socialismo republicano. El socialismo rectificador va unido a un gran desprecio a la democracia. Seguramente, este desprecio tiene varias fuentes. Pues la doctrina del Estado de Derecho, así como el republicanismo, ya son, desde sus orígenes, diversas tentativas de gobernar la democracia, de ponerle límites y barreras. Para el republicanismo, la democracia es la iniciativa política de las clases bajas e ignorantes, de la plebe: así, por ejemplo, los padres fundadores americanos quisieron restaurar una idea de autoridad en los tiempos democráticos, y todo el problema político para los republicanos es cómo seleccionar una élite, cómo fabricar la desigualdad a partir de la igualdad. Ocurre algo semejante con los partidarios del absolutismo del derecho, para quienes la democracia es básicamente la barbarie de las masas, que sólo la ley puede contener. Si el sueño del republicanismo es un gobierno ilustrado de las multitudes ignorantes, el sueño del Estado de Derecho es una administración sin política, en la que todos los conflictos sociales son susceptibles de ser traducidos y solucionados jurídicamente. Sería interesante prolongar estos análisis para encontrar el punto en que este republicanismo y este idealismo del Estado de Derecho, que parecen completamente contrarios al socialismo, enlazan con alguna concepción socialista. Pero quepa aquí sólo señalar hasta qué punto este socialismo rectificador puede presentarse como completamente consensual, en esos aspectos antidemocráticos, para el conjunto de las élites políticas de nuestro país (para la “vieja política”). Ahora bien, si esta es, a grandes rasgos, la ideología de Izquierda Anticapitalista, es decir del grupo propulsor de Podemos, es evidente que no podía presentarse así abiertamente y esperar recoger la confianza del espectro post-15M. De ahí que, en un comienzo, Podemos se presentara como el partido al fin encontrado de la nueva política: como un mixto en apariencia maravilloso entre la vitalidad de lo nuevo y la eficacia de lo viejo. Aparte de la retórica heredada del 15M en muchos aspectos, dos hechos definieron esta alianza: la organización en círculos (prometiendo una circularidad en la decisión, en lugar de las clásicas bases o las células leninistas) y las primarias abiertas. En ese momento, que era un momento de gran precariedad y de debilidad del movimiento social, muchas personas entraron en los círculos o depositaron su confianza en el partido votando por él en las europeas. Incluso personas muy próximas al partido trataron de pensar en un posible uso de la idea de desbordamiento en Podemos (los círculos y la nueva política asamblearia desbordando al viejo aparato de partido de Izquierda Anticapitalista). Pero si el 15M encontró su emblema en la idea de desbordamiento, el grupo dirigente de Podemos parece haberlo encontrado desde ahora en una expresión sin igual: elitismo democrático. La expresión ha sido inventada recientemente en un artículo moderadamente reaccionario de Santiago Alba, y retomada en otro artículo con un júbilo y delectación plenamente reaccionaria por Carlos Fernández Liria. Estos dirigentes apenas en la sombra de Podemos pretenden así intervenir decisivamente en el debate actual sobre el modo de organización del partido. No voy a comentar los artículos. Es como la vuelta de lo reprimido: de todo lo viejo reprimido. Fernández Liria debe de estar muy contento de poder decir al fin abiertamente lo que piensa, aunque sea un conjunto repugnante de sandeces. Evidentemente, ni su discípulo Alegre, ni Iglesias ni Torrejón ni Monedero pueden permitirse hablar así: son las ventajas de dirigir en la sombra, claro. Pero al menos sí deberían posicionarse al respecto y desmarcarse, si no concuerdan con Liria. Me parece que para los círculos eso sería lo mínimo. Sólo quería decir algo sobre esa expresión sin igual: elitismo democrático. Recuerdo que Monedero, en algunas asambleas del 15M, nos daba ya a menudo la lección: esa política de la gente no puede durar para siempre, es muy pesada, cansina, me da pereza, qué sé yo, es necesario delegar, que hable uno y el resto calle, elegir quien habla, quien manda, todo ese desorden (toda esa igualdad) no va a ningún lado, e incluso, toma ya, que cualquiera haga política es profundamente injusto, mira la democracia ateniense basada en el trabajo esclavo, como nosotros aquí discutiendo sobre el sexo de los ángeles, que somos unos privilegiados, no como los pobres trabajadores que no tienen tiempo para venir a las asambleas... Poco importaba, desde luego, que muchas de las personas que iban a Sol también trabajaran, que algunas pusieran en riesgo su trabajo o incluso lo perdieran (y no precisamente los profesores de universidad). O que esos pobres trabajadores que no tienen tiempo para estar de cháchara en las asambleas apoyaran masivamente, según las encuestas, esa política de los cualquiera del 15M. E incluso, poco importa que Izquierda Anticapitalista montara un partido precisamente con base en esos cálculos sobre la gran mayoría social que apoyaba al 15M (y que por cierto, no siempre estaba, como la pintan estos marxistas, trabajando, mirando la tele o pasando el rato en familia: nadie recuerda las manifestaciones y marchas verdaderamente multitudinarias?). Pero en fin, el caso es que el “elitismo democrático” es la expresión por fin encontrada para ese tipo de amalgama mental que es un arma arrojadiza contra los círculos como elemento democrático de Podemos. El elitismo democrático quiere decir que en el fondo, todos las personas que se manifiestan, que se oponen, que se organizan en asambleas o en círculos para actuar frente a las injusticias de la sociedad, las que hacen escraches, las que ocupan viviendas o plazas, todas son unas privilegiadas. Pues el pueblo verdadero, el pueblo no elitista no tiene tiempo para esas cosas: la política no es lo suyo, lo suyo es el trabajo y la familia. Es el pueblo que no aparece nunca en el espacio público molestando a los que mandan, cuya vida política se resume en escoger a los líderes que les son propuestos cada cuatro años en la oscuridad de la urna. Así, el pueblo de Fernández Liria y compañía es el mismo pueblo que el de Rajoy: la inmensa mayoría silenciosa. Ese pueblo que siempre está de acuerdo, porque precisamente nunca muestra su desacuerdo: gran argumento donde los haya! Y es una pena, realmente, que Rajoy y compañía no lean más a Fernández Liria y compañía: encontraría casi un amigo allí donde esperaba a un enemigo. Por ejemplo, podría afinar su retórica: en lugar de hablar de nazismo para calificar a los escraches, lo que no deja de ser algo zafio, podría usar perfectamente esa expresión de elitismo democrático, que está hecha a medida de esos salvajes de la PAH. Su retórica bélica y de desprecio ganaría así en sutilidad. Pues Fernández Liria y compañía han estudiado retórica en la gran escuela de darle la vuelta a todo, de transformar toda cosa en su contrario, y así transformar la democracia en elitismo y el elitismo republicano y la apolítica del Estado de Derecho en democracia y en socialismo. Han aprendido retórica en la escuela de la dialéctica marxista. Pues, en el fondo, esa fórmula de elitismo democrático no es más que una adaptación a los tiempos que corren de la clásica “aristocracia obrera”. Y su función es exactamente la misma: todos esos obreros que toman iniciativas, que tratan de organizarse de un modo comunista ya a pesar de las recomendaciones del partido; todos esos obreros en fin que inventaron el movimiento obrero son la aristocracia obrera. Esos obreros que, precisamente, como muestra por ejemplo Rancière (un autor justamente odiado con el mismo odio tanto por los macartistas Pardo o Savater que por el “comunista” Liria) en La noche de los proletarios o E.P. Thompson en La formación de la clase obrera en Inglaterra, no tenían tiempo que perder en las asambleas, y aun así, y esa es toda su grandeza, crearon ese tiempo, ese tiempo nuevo de la emancipación que robaron a los ciclos de producción y de reproducción capitalistas, arriesgando sus vidas muchas veces. Uno de los obreros a los que cita Rancière en su libro, por ejemplo, un tejedor de Rouen llamado Charles Noiret que escribió (oh sí, gran herejía, los obreros también pueden escribir, aunque a muchos profesores no les interese lo más mínimo lo que puedan decir, pues mientras menos hablen mejor, así yo puedo hablar por ellos sin ser molestado!) un artículo dirigido “A los trabajadores” en 1840, resumía perfectamente el socialismo que Liria parece haber olvidado por completo: “precisamente porque no tenemos tiempo de ocuparnos de los asuntos políticos queremos ocuparnos de ellos”. Pues qué galimatías reformista y autoritario es el comunismo si no tiene ya nada que ver con la (auto)emancipación de los trabajadores? Pero claro, esos obreros que formaron según algunos marxistas la “aristocracia obrera” no dejaban de perturbar con sus declaraciones y acciones la doctrina ordenada de todos aquellos dirigentes que creían haber encontrado en el marxismo la ciencia de la emancipación social. Y no molestaban sólo a los dirigentes marxistas, claro: tanto Rajoy y compañía como exactamente Liria y compañía sólo desean que el pueblo se ocupe de sus asuntos, de sus pequeñeces privadas, y que dejen las cuestiones globales e importantes a los grandes. Confiad, rebaño, que el líder no os va a defraudar: en eso va a convertirse Podemos? De los círculos al rebaño, así podría resumirse la operación. En fin. Ante estos artículos (de Santiago Alba y de Fernández Liria) que tratan de introducir en el debate político actual como arma arrojadiza la amalgama inconsistente de “elitismo democrático”, cabe, en nuestra opinión, dos actitudes; eso si Podemos quiere ser en algún sentido una herramienta de emancipación. O bien el resto de líderes (los “visibles”) se desmarca pública y completamente de la amalgama. O bien hay que descabezar a Podemos, pero también crear una estructura poderosa para dar una unidad consistente a los círculos. |