Badiou, en una conferencia reciente (en el Instituto del Mundo Árabe), ha vuelto sobre algunos análisis de 2011, que figuraban en el libro, “escrito en caliente”, El despertar de la historia. Especialmente en lo que concierne a la situación de Egipto. En el fondo, decía, lo que hemos visto en Egipto es una revolución en el sentido puramente astronómico, en la que la relación de los planetas entre sí, tras algunas rotaciones, vuelve a su estado inicial. O una mala dialéctica, en la que la doble negación vuelve a traer la primera afirmación, sin ninguna transformación. Primer acto: irrupción de la multitud en Tahrir, que derroca el régimen militar de Moubarak. Segundo acto: elecciones libres, que llevan al poder a Mursi, y básicamente, por tanto, a los Hermanos Musulmanes. Tercer acto: golpe de Estado, que sitúa en el gobierno a una autoridad militar. Ese proceso es simplemente lamentable. Pero lo interesante de la conferencia de Badiou no es señalar lo que de todos modos cada uno sabe ya perfectamente. Más significativo es su esquema según el cual la situación histórica y mundial hoy no se deja resumir en una sola contradicción, sino al menos en dos: la de lo viejo y lo nuevo, y la del capitalismo y el comunismo. El “deseo de Occidente”, que según él es lo que vuelve extremadamente complicado que el porvenir de las revoluciones árabes no sea como mucho otra cosa que lo que ya tenemos en Europa y el resto del “mundo libre”, consiste en la afirmación de que la única relación posible entre esas contradicciones es la de lo nuevo (el mundo occidental, civilizado, de garantías sociales, derechos humanos...) y el capitalismo. Los socialismos de Estado no han ayudado mucho a ese respecto, ciertamente. La cuestión sería entonces trabajar en volver a hacer del comunismo algo moderno, sin lo cual sería imposible según Badiou que se volviera algo deseable para los pueblos. Esto, por otra parte, está lejos de ser algo dado. Toda la discusión reciente en torno a los comunes, que tiene lugar precisamente en el mundo moderno, en Occidente, no puede decirse que vaya a dar automáticamente una nueva fórmula de esta alianza del comunismo y la modernidad. Se parece más bien a todo el primer socialismo utópico, al romanticismo de Fourier o sobre todo de William Morris, que fundaban sus utopías en alguna Edad Media alternativa. Pero más generalmente, desde que el movimiento revolucionario pasó a declinarse en las luchas del tercer mundo, en todos los movimientos de liberación nacional con su folclore, y que la palabra resistencia empezó a sustituir a la de revolución como manera de simbolizar la política de emancipación, este proceso seguramente empezó a ponerse en marcha. Y seguramente, también, uno de los últimos testimonios de la unión del comunismo y de la modernidad lo tengamos en los primeros años de la revolución de Octubre, en esa alianza un poco loca, y que duró muy poco, entre todo lo nuevo: el partido de tipo nuevo de Lenin, la organización popular de tipo nuevo de los Soviets, el colmo de la modernidad artística en gente como Vertov, Rodchenko, Tretiakov... Seguramente esa alianza no pueda darse exactamente otra vez de la misma forma. Pero el diagnóstico de Badiou, aunque abstracto, puede ser útil para reflexionar un poco en un momento como el actual, en el que, entre la izquierda más o menos revolucionaria la retórica del tipo “hay que parar el tren en marcha antes de que nos conduzca al abismo” recibe siempre aplausos y es perfectamente consensual. Nos puede al menos recordar que las cosas no son tan simples, que muchas de las críticas marxistas del capitalismo fueron compartidas y enunciadas al mismo por intelectuales reaccionarios opuestos a la Revolución Francesa, y que lamentaban, en efecto, que hubiese en el mundo moderno tanta explosión de individualismo y que echaban de menos las corporaciones medievales y los viejos lazos sociales. Rancière ha mostrado muy bien esto, cómo este discurso crítico se vuelve tan fácilmente reaccionario, precisamente porque en su origen ya era en buena parte reaccionario. Que muchas veces, lamentablemente, el comunismo se haya pensado a sí mismo como un nuevo cristianismo, y los partidos comunistas se hayan organizado como iglesias, también tiene mucho que ver con eso. La unión simbólica del comunismo y lo nuevo, de todos modos, en torno al movimiento obrero, también fue un hecho, durante buena parte del siglo XIX y principios del XX, en el que el capitalismo aparecía realmente como lo viejo (los banqueros parásitos gordos con puros, etc.: exactamente como hoy!). Y es importante preguntarse cómo pudo darse esto, sin caer en facilidades, ir a los documentos, etc. Pero el aspecto más interesante de la conferencia de Badiou es tal vez la reflexión sobre la relación entre legitimidad popular y legitimidad electoral. Esto creo que podría ser útil para pensar lo que está ocurriendo y lo que puede ocurrir en España. La cuestión es la de la discontinuidad entre ambos tipos de legitimidades. En Egipto, eso se vio por la discordancia entre las proclamas tan aperturistas de Tahrir y luego la elección de los Hermanos Musulmanes. Badiou ponía otro ejemplo, que le es muy familiar. Justo tras la aceleración de mayo del 68 (“corre, camarada, el viejo mundo está detrás de ti”), mazazo del viejo mundo, en esas elecciones en las que vence aplastantemente De Gaulle. Cómo es posible que esto ocurra? En España, tras la irrupción en 2011 de una concepción radicalmente popular de la democracia, sin representantes, sin partidos, ahora parece que entramos en el momento inverso de esa triste dialéctica. De no querer ningún partido, pasamos a una situación en el que día tras día surgen partidos nuevos. De no querer representantes, pasamos a la multiplicación de los representantes y de las elecciones en ceremonias de listas abiertas. De repente todos estos partidos nuevos o no tan nuevos compiten por ver quién aparece como más democrático. Pero la democracia significa aquí que todo el mundo pueda presentarse para representante, que todo el mundo pueda votar, que cada voto cuente lo mismo, etc. Se trata de una concepción de la democracia según la cual se trata de pasar de un proceso falso (la habitual mera nominación de personal gubernamental, que ha sido previamente elegido por un pequeño círculo de poder) a un proceso verdadero: la elección real. Pero en fin, con toda esta búsqueda frenética del verdadero proceso, no se sale lo más mínimo de lo más viejo del mundo: que la política consiste finalmente en decidir quién manda. Es decir, que la política es en el fondo dominación (o si se quiere, “liderazgo”, para ser más eufemísticos). Simplemente se multiplica la posibilidad para cada uno de mandar y de elegir quién le va a mandar. Eso me parece lo contrario de lo que mostró Sol (y Tahrir, etc.): que la política es fundamentalmente liberación e igualdad. Vuelve lo viejo, por tanto. Y tal vez en el fondo este proceso no conduzca más que a la recomposición de la izquierda y en general de las alternativas de dominación (PP y PSOE a la derecha, IU y Podemos a la izquierda, podemos imaginar). Nuestra propia revolución astronómica. Esperemos que no, pero yo personalmente no tengo ninguna esperanza al respecto. Luego por otra parte a mí siempre me pareció más curioso el Partido X, aunque no comparta casi nada de lo que dicen. Nació más cerca del 15M, y se nota más en su carácter rara avis, con ese discurso delirante de “venimos del futuro”, esas voces medio robóticas y la cosmética futurista, sus consignas tecnoincomprensibles (Wikigobierno y demás), el anonimato, luego jugando con la idea de representación contratando actores para los vídeos de propaganda. Sin embargo, ese impulso de “partido de tipo nuevo” se fue diluyendo poco a poco: los portavoces dan la cara, luego colocan a un líder mediático... Prácticamente ya sólo mantienen de sus inicios esa cosa tecnocrática y desigualitaria (o de “federación de competencias”, para ser eufemísticos una vez más) que era lo más odioso, que les hace seguir siendo más delirantes que el resto, pues todavía no eligen a sus candidatos, sino que les puntúan según diferentes “criterios objetivos”. Y es que es difícil perseverar en los principios de uno, y más sobre todo cuando la cuestión política central se vuelve la electoral, y el viejo mundo parece vencer sin ningún esfuerzo por su propia fuerza de inercia. Por eso tal vez pueda entenderse esa discrepancia entre legitimidad popular o en la acción y legitimidad electoral o en la elección. Pues en el fondo, la idea de política y de democracia que sostiene a ambos tipos de proceso no tiene ninguna relación. Así, es probablemente inútil esperar que “las urnas reflejen lo que ocurre en la calle”. Ese tipo de frases eran imposibles de pronunciar en los momentos fuertes del 15M. Y especialmente porque la política con la toma de plazas se dividió, había dos políticas, y no sólo una. Pero parece que, por ahora, esa división no ha sido lo suficientemente fuerte o lo suficientemente constante. Lo viejo, en efecto, siempre tiene más posibilidades de vencer, a la larga. No porque sea más fuerte o más razonable, sino porque simplemente es viejo, y en eso consiste toda su fuerza y su razón. Sólo necesita la contribución de nuestra ausencia, nuestra distracción, nuestro dejarse llevar, etc. Por ejemplo, en lugar de la división de la política y, en general, del mundo, del modo de estar juntos, dejar que se explique lo ocurrido como un movimiento social, que está a la búsqueda de expresión política, es decir de partido, de representación, de jerarquización (o “articulación”)... Parece que el 22M también trata de eso, con las consignas más claramente y puramente “sociales”, con la revancha de las banderas... Todo igual pero ligeramente diferente. Muchos a la izquierda se alegran, claro. “Es preciso luchar en las calles pero también en las instituciones”, y un largo etcétera, son frases que siempre parecen muy razonables. Pero en base a ese tipo de frases, el 15M (ni Tahrir) nunca hubieran existido. Pueden traducirse por: “Hace falta igualdad, pero también desigualdad”. Y toda esta multiplicación de partidos, elecciones, candidatos, listas abiertas, etc., toda esta especie de explosión de procesos oligárquicos de selección con apariencia democrática, se produce en torno a unas elecciones que son precisamente las elecciones europeas. O sea, las elecciones de candidatos a un gobierno que no expresa ni tiene la intención de expresar la más mínima legitimidad popular. Hace unos años varias naciones de Europa se negaron en referendum a aceptar la constitución propuesta por la burocracia de Bruselas, pero poco importó, el proceso sigue su marcha, y nuestros gobernantes deben pensar que mediante el adiestramiento sucesivo acabaremos habituándonos. Hoy “la gran ceremonia de la democracia”, que trata de darse un lavado de cara democrático recogiendo el legado de los últimos movimientos populares masivos, se organiza en torno a una entidad política que ningún pueblo ha promovido, y a la que algunos ni siquiera han consentido y la han rechazado explícitamente. A ninguno de los nuevos partidos que se presentan les parece un problema esto? Pero claro, las élites (también a menudo las de izquierda), piensan que Europa es el único camino del futuro. Eso puede ser o no cierto. Pero lo que está claro es que en ningún momento se ha manifestado ningún pueblo europeo. Pura democracia, por tanto. Muchos dirán, sin duda, que todo esto es purismo 15M o cualquier cosa así. A mí me parece al contrario que la única cosa a lamentar es que hasta ahora ninguna organización haya conseguido mantener una mínima fidelidad a lo que ocurrió entonces. Pero también es verdad que los procesos históricos no son en absoluto inmediatos, y crear una cultura política nueva no es tan simple. También puede haber perfectamente, como ha habido, bifurcaciones súbitas e inesperadas. Y sabemos que hay personas muy diversas que trabajan en esta dirección, tratando de vivir en un tiempo político propio, fuera de esas prisas del teatro electoral que hacen precipitar las voluntades de transformación hacia lo viejo. El problema es que a veces nada de eso se ve. Pero tampoco es tan grave, según escribió Pasternak: “Nadie hace la historia: no se la ve, como tampoco se ve crecer la hierba.”
0 Comments
Currais Novos Es la tierra que aquí se llama O Seridó, un nombre que me hacía soñar mucho. Totoró Con esta señora, muy culta, estuvimos hablando horas, sobre el paso de los años en esta región.. Paisajes del legendario sertão. São Vicente La casa de Rapha, artista como su nombre indica, en un pueblo pequeño, pobre y precioso, apartado del mundo. O sítio (ao lado de São Vicente) Comunidade dos negros do riacho Flavia nos llevó al cumpleaños de Pretinha (quien está en el medio de la foto). Nos contó que uno de sus hijos, muy joven, llevaba ya varios años en la cárcel, acusado de haber robado algunos peces a alguien que estaba pescando en ese riacho de la comunidad quilombola. En Brasil, como en tantas otras partes, la desigualdad rima con el racismo. Un lugar increíblemente hermoso, Olinda En la parte trasera de esas camisetas podía leerse: "Por aquí pasó Chávez!" Recife Saludando a Clarice Ah, las masas... Pipa Aquí el carnaval consistía básicamente en que las mujeres se fantasiaban de hombres y los hombres de mujeres. Luego en realidad había dos carnavales, el de los propietarios y empleados de tiendas y posadas, que era el carnaval de los extranjeros, y el de los brasileños, trabajadores, pescadores, etc.
|