Hemos estado trabajando en clase el Programa de sistema más antiguo del idealismo alemán. De los últimos años del siglo XVIII. Debe de ser una de las cosas más hermosas y más inspiradoras que se ha escrito nunca. Es como el primer manifiesto, el arquimanifiesto, que contiene a todos los otros, al manifiesto comunista, pero también a todos los manifiestos del arte moderno. Es el gran programa de la revolución cultural, de la revolución de la vida entera. Lo encontró Lukacs no recuerdo dónde. Creo recordar que fue durante una investigación en la que se estaba documentado sobre los trabajos del joven Hegel. Hasta hoy hay discusiones sobre su autoría: siempre se baraja a Hegel mismo, pero también a Schelling o incluso Hölderlin. En cualquier caso, tal y como lo encontró Lukacs entre los papeles de Hegel, es un texto anónimo y fragmentario. Empieza por las palabras “...una Ética.” Pero no estoy seguro de que contenga una ética. O si es una ética, lo sería de un modo tan extraño e infinito que habría que dar una nueva significación a esa palabra. O tal vez, podría ser una ética si uno hace caso a las palabras famosas que pronunció Wittgenstein: que si alguien llegara alguna vez a escribir un libro de ética todos los otros libros estallarían. Tal vez eso sea cierto, en el mundo de los libros, pero no lo es evidentemente en sentido práctico: el viejo mundo de los libros sigue existiendo: aunque sin mucho ímpetu, es cierto, más allá de las transacciones comerciales. Sea como sea, siempre preferí imaginar que era un texto colectivo, escrito por los tres amigos (tal vez alguno o alguna más, que pasó desapercibido a la historia?). Tras alguna discusión excitante, tal vez bajo algún árbol (ya se sabe lo que gusta a los alemanes la naturaleza), en la que se hablaba de Kant, del extremo rigor sólo comparable con la visión prístina de la libertad que expresó en su filosofía, propia al reformador de costumbres o incluso al fundador de pueblos y religiones (“Es el Moisés de nuestra nación”, diría Hölderlin), y también de los acontecimientos de la revolución francesa, de la nueva dignidad concedida a los más simples de los hombres y mujeres. De las posibilidades enormes que se abrían al mundo... Ese sentimiento de liberación: por fin nos van a dejar en paz los curas y las autoridades del Estado, por fin vamos a poder pensar libremente, por fin vamos a poder abrir al mundo nuestra razón y nuestro corazón; y no es ya pensar solamente, sino escribir, incluso escribir en los periódicos, comunicar, comunicarnos. Y ya no sólo pensar, escribir, comunicarnos, sino vivir libremente. Dar un mundo a esa libertad absoluta que Kant pensó en sus libros. Poco podrían imaginar, sin embargo, que quien iba a intentar construir ese mundo fueron los movimientos obreros socialistas y los intelectuales comunistas. El único de los tres preocupado por cuestiones de política aparente o histórica, Hegel, tampoco se interesó mucho por los obreros y las luchas de clases; sí por la economía política (burguesa), como buen burgués en que se convirtió – probablemente el más consecuente de los burgueses: se argumentó a sí mismo que ser burgués era una necesidad histórica! De lo cual, por otra parte, un intelectual ligado al gobierno norteamericano, un tal Fukuyama, trató de convencernos también hace poco. Pero de lo cual, me parece, nadie está demasiado convencido (ni lo ha estado nunca). Sólo que hoy en día no se ve a qué otra cosa es posible aspirar (y eso que el ideal de ser burgués es un muy triste ideal, y no es que nadie esté satisfecho con él). Pues bien, lo que trato de defender aquí es que, en realidad, ese “programa más antiguo...” es el verdadero manifiesto comunista. Y el de Marx (el del partido comunista), es una plasmación posible, entre otras, una lectura, una interpretación. Por qué ese es el verdadero manifiesto comunista? En primer lugar, la libertad, el puro comienzo, la creación de la nada. Eso es lo que cada uno es realmente. Un puro hacerse consciente, un comienzo a la vida que no ha estado determinado por nada, que no tiene más causa que sí mismo, que el propio comienzo. (Natalidad, diría Arendt.) Nada de mecánico, por tanto, en el fondo de cada uno. Esa es la primera idea, la idea fundamental sin la que no hay ninguna otra: pues si no fuésemos libres no podríamos acceder a las ideas. Luego vienen las otras ideas, a partir de esa libertad primera: mundo, humanidad (incluso divinidad e inmortalidad, pero estas van a importar menos en el resto del “programa”). Un mundo: cómo tiene que ser un mundo para un ser libre, que es una pura libertad en carne y cuerpo? Desde luego, tiene que ser un mundo liberado de la losa de la propiedad. Pero incluso, más allá de las relaciones sociales, un mundo que no sólo es físico... [eso es lo que me resulta más difícil de entender... en todo caso tendría que ver con dejar de mirar el mundo como un reloj y verlo como lo que es, una cosa viva, un gran organismo]. Pero sobre todo, la idea de la humanidad. Evidentemente, si yo soy libre, todo el resto de seres humanos es libre. Esa es en el fondo la idea de igualdad, aunque no la nombren así, que es la más importante en realidad en el manifiesto, aunque suponga las de libertad y mundo, al menos la que más se desenvuelve. Y lo más importante: es en este manifiesto donde se enuncia, que yo sepa, por vez primera literalmente lo que es la consecuencia más directa de esa idea de humanidad: la abolición del Estado, o, para decirlo más propiamente, el ir más allá del Estado. Pues el Estado no puede tratar a los seres libres más que como engranajes mecánicos. Esto es muy interesante. Ya no se critica al Estado porque sea opresor, represor, excesivamente tiránico, etc. Se le critica porque modela cierta humanidad: una humanidad que funciona como un reloj, o como una colonia de abejas o de hormigas. Y no es que toda organización sea indeseable. Pero, se nos dice, yendo más allá del Estado podríamos descubrir otra. Una organización de seres libres, y no de hormigas o de engranajes. En relación a esto, el autor anónimo (como el de la Biblia o el de la Ilíada) apunta que se abre ahí un nuevo campo de investigación. Consistiría en criticar toda esa miserable obra humana de constituciones, legislaciones, etc., que nos lega la historia. Las constituciones, legislaciones, etc., es lo que hay que destruir, para ir más allá del Estado. Y desde luego, hay que poner en lugar del Estado otra cosa: es lo que los autores llamarán una nueva religión, que adoptaría la forma de una mitología racional. En lugar del Estado, una nueva religión, una mitología racional: sería eso, el socialismo o el comunismo? Desde luego, esa nueva religión no puede entenderse completamente como una “socialización de los medios de producción”. Pues quién va a hacer eso, un Estado mecánico? Y tratando a los hombres como piezas de un engranaje, en algún momento se va a construir una humanidad libre? Por qué misteriosa dialéctica? Desde luego, en este aspecto, al llevarlo todo por la vía supuestamente materialista, en realidad positivista, de los medios de producción, poco se podría avanzar. Marx creyó que el movimiento obrero debía tomar la vía de la ciencia, que es, en efecto, la vía más prestigiosa de nuestro tiempo, pero ahí tal vez erró (tampoco tal vez estaba claro qué hacer frente a los delirios de unos y de otros, especialmente grave el del paneslavismo de los anarquistas). En su juventud, en todo caso, y eso lo sabemos por documentos, Marx quiso también ser artista. Pues no se construye una humanidad libre con la ciencia, sino con el arte. Pues, más allá de las autoridades de cada una de ellas, infinitamente mayor en nuestro mundo la de la ciencia, ni siquiera la ciencia es tan diferente del arte. La idea de belleza, dicen los autores del manifiesto, es la que une a todas las otras. No habrá más ciencia ni filosofía, sólo poesía. Sólo literatura, que es la poesía moderna, la poesía liberada, podemos añadir, que es el discurso que se sustrae a toda autoridad: que no pretende enseñar, ni edificar, ni convencer, ni mandar, ni aleccionar, ni juzgar... Aunque haya en ella innumerables observaciones científicas. Pero cómo se hace, qué es esa especie de praxis de la nueva religión que es una mitología racional? Alguna temible estetización de la política, que no puede sino conducir al totalitarismo? Más bien, diríamos, una politización del arte. Aunque es preciso, para pensar en los términos de esta revolución cultural, llevar a todas las partes la estética, la belleza que lo une todo. Igual que hay una humanidad libre posible bajo el Estado, hay, en cada chupatintas (esos filósofos literales de los que habla el manifiesto, que al menos podrían tener la decencia de confesar que, si no entienden las ideas, es porque todo lo que no sean tablas y registros les resulta oscuro), un pensador estético por descubrir. Esa mitología racional sería un devenir estético de las ideas. Cómo hacer sensible la idea de libertad, por ejemplo, en textos, carteles, representaciones teatrales, esculturas, músicas, películas...? Incluso en los edificios, en las calles, plazas...? O la idea de humanidad? O la idea de mundo como ser vivo? Y tal vez, lo más interesante del programa es que precisamente esto no implica ninguna pedagogía estética. No se trata de enseñar a los ignorantes. Es más bien un doble movimiento. El filósofo debe volverse sensible, para que los hombres sensibles puedan volverse racionales. Y el filósofo se vuelve sensible cuando piensa de modo estético. Teniendo en cuenta el éxito absoluto que la pedagogía ha tenido posteriormente, también, y especialmente, entre las personas progresistas y mejor intencionadas, ese manifiesto es extraordinario. No se trata de alguna pedagogía con imágenes, por tanto, sino de cambiar uno mismo para que cambien los otros: de hacer ese esfuerzo por volverse estético. No se trata de ilustrar a los no-ilustrados, sino, como dice el texto, que “ilustrados y no ilustrados se den la mano”. De ahí el sentido de la religión estética y racional, inspirada en el politeísmo antiguo (la guerra es Marte, la justicia es Zeus, la naturaleza es Pan...). Con sus cultos y sus ritos, podemos imaginar. Pero sin la persecución de los sacerdotes, el fanatismo de los misterios y milagros, etc. Una religión clara, sensible y racional, una religión que ya no promueve la fe, sino el pensamiento. Sin duda, hay innumerables aspectos que precisar, pero tal vez lo esencial del impulso esté claro, y tampoco sea útil ofrecer muchas imágenes utópicas (por otra parte, diferentes artistas lo han intentado ya, pero no se ha logrado salir de la esfera restringida del arte, y de su conflicto con los que pretenden saber cómo organizar a las masas). Pero hace un rato, hablando con C., se me ocurrió un contraejemplo bien simple de esta praxis. Hoy en día, por ejemplo, los que dirigen el Estado mecánico decidieron hace un tiempo que fumar es malo para la salud de los pueblos; o incluso no lo deciden ellos, sino que son grupos de presión expertos que introducen el debate del tabaquismo. Pero el gobierno decide, por lo que sea (para mostrar que el Estado se preocupa por la salud de los ciudadanos, por ejemplo) lanzar una campaña contra el tabaquismo. En qué consiste esta campaña? En algunas frases y algunas imágenes, impresas principalmente en las cajetillas, es decir, dirigidas a los fumadores. Primero con lemas amenazadores, y poco sutiles por decirlo suavemente. Después con imágenes de órganos propias al cine gore, etc. Puede decirse, como mínimo, que ni las imágenes ni las frases están tratando a los hombres como seres libres, razonables, etc. Su objetivo es suscitar una pasión, el miedo, y así atemorizar a la población, al menos a la fumante, para que cambie de hábitos. Pues, piensa el gobierno (evidentemente, los comunicadores a sueldo del Estado, etc.), los hombres sólo se mueven por pasiones, y yo conozco la mecánica de las pasiones, y si presiono del modo “x” produciré el efecto “y” automáticamente. Evidentemente, va a haber resistencias (otro concepto mecánico, sin embargo), y el Estado no puede moldear completamente a su gusto a una sociedad de seres libres. E incluso, podríamos considerar que los efectos de esta política, en términos civilizatorios, no son desdeñables. Pero eso no cambia lo esencial: la sociedad que se construye así, por muy bien que pueda funcionar (y aquí en los países “subdesarrollados” o “emergentes” a veces ese buen funcionamiento se admira mucho), no deja de ser un engranaje o una colonia de hormigas. Cuesta imaginar que en una sociedad de seres libres se realice una campaña contra el tabaquismo, o que esa fuera una de las prioridades entonces. Por eso, imaginemos otro ejemplo. Un grupo de personas se asocia para advertir a otros de los peligros, no del tabaquismo, sino del trabajo asalariado, la propiedad privada, el racismo, la dominación patriarcal, el capitalismo, incluso el Estado. Pues bien, el problema es que probablemente, hoy en día, adviertan de ese peligro (de esa injusticia) con el mismo tipo de frases y de imágenes, básicamente, con las que el Estado atemoriza en relación al tabaquismo. Eso suele parecer un problema accesorio, estético, de “comunicación”, o ni siquiera un problema. Según lo que creo entender hoy de ese manifiesto comunista prehistórico, es sin embargo el problema esencial.
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Leí, siempre leí. No puedo recordar ningún momento anterior al libro. Antes de leer no existía. [LA ESCRITURA VINO MUCHO DESPUÉS, CON MIL TORTURAS Y COMPLICACIONES]. Antes de leer yo estaba difuminado en el todo, pertenecía al gran todo, con todas sus preocupaciones, la inquietud, el deseo, la alegría, el amor por todas partes, pero todas esos movimientos en una larga continuidad, como sobre una ola o la brisa del viento entre los cuerpos. Nacer a la vida individual, social, etcétera, y nacer al libro sucedió en el mismo tiempo. Pero la verdadera vida es la vida del libro; lo que queda del todo una vez que somos individuos. Esa vida de una enorme soledad, de una soledad infinita; la única en realidad que he vivido. Y sólo puedo quejarme por no conseguir vivirla más, mejor, con una mayor dedicación y solicitud. Oh soledad, yo te canto. Por qué ya nadie hoy te canta? Estamos solos en esa soledad? Estamos tan solos en el fondo, la ocasión de una dicha infinita. No entiendo esta vida pero la vivo. Por ejemplo, cómo llegar a un libro determinado, Las dos fuentes de la moral y de la religión de Bergson. Y cómo llegar por puro ocio, claro. Fuera de todo trabajo, de todo deber profesional, de toda planificación. Ese ocio, esa vida liberada del tiempo y dueña del tiempo que es el tesoro, la vida simplemente: la vida del pensamiento. Pues el pensamiento también vive, cuando conseguimos entregarle el tiempo. Y en realidad decir lo anterior es decir muy poco. No sólo que el pensamiento viva, sino que la vida es suya, no nuestra. Debí de comprar ese libro en algún librero de ocasión. En todo caso, es una mala edición, con una pretensión de lujo en el diseño pero fabricada con materiales baratos, como un edificio neoclásico en los Estados Unidos. Podría ser peor, claro; pero sólo tiene la virtud del paso del tiempo. Uno de esos prólogos horribles que son la norma en las ediciones españolas de filosofía: el autor, tras resumir la popularidad de Bergson y su prestigio, exponer sin mucho interés las dos o tres cosas más conocidas de su pensamiento, para después, durante el grueso real del prólogo, criticar la filosofía de Bergson en base a la plantilla de la filosofía verdadera de Ortega y Gasset, según parece por patriotismo. (Qué difícil relación la de España y la inteligencia, que hasta ahora no he conseguido superar). No puedo hablar sobre la traducción. Todo comenzó a partir de un trabajo, sobre Rancière. Escribiéndolo, pensaba a menudo en una frase de su último libro: “las imágenes son la música de la democracia” (cito de memoria). En realidad era “la petite musique”, creo recordar, como una música de fondo, no perceptible en el primer momento, como el ruido de fondo de la democracia, si uno escucha atentamente: eso entendí o imaginé entender. Escribiendo se me ocurrió una idea (probablemente no sea original). Que toda vida genera una especie de imaginario, proyecta una serie de imágenes. En el fondo la idea sería ver eso que a menudo se llama ideología de un modo positivo, fuera de toda “crítica”. Es decir, la vida burguesa genera una ideología, pero que hay que entender como un imaginario utópico: mi egoísmo que se transforma mágicamente en bien común, el comercio que se regula mágicamente por sí mismo, el progreso material ilimitado (y por tanto, diría algún aguafiestas, la acumulación de capital ilimitada...) Luego, esa forma de vida, o esa clase de la sociedad, trata evidentemente de realizarlo. Pero no pueden realizarse fácilmente las utopías, en el sentido de imaginarios utópicos, ensoñaciones. Hay algo siempre que se realiza y algo que no: los caminos de la realización son difícilmente escrutables. Pero lo importante es que exista esa ensoñación. Y tal vez nuestro problema, si es que tenemos algún problema particular, es que no parece sencillo definir el nuestro: cuáles son nuestras ensoñaciones? (Aunque tal vez sí. Miren el 15M. Esa sociedad de la inclusión absoluta, donde cada uno tiene un lugar al lado de los otros y dentro de los otros, y nadie queda fuera, en esa vida vivida en común, donde todo se hace común, donde los hombres y las mujeres reciben finalmente un respeto de todos sus semejantes y lo que es suyo por derecho: una casa en la que vivir, una ocupación que hace un bien a la sociedad, etc. Todo eso, que parece típicamente socialdemócrata, en realidad no lo es en absoluto, y sería una frivolidad calificarlo así, y una mala fe entenderlo así; porque ya no está el capitalismo.) Así, por ejemplo, el movimiento obrero también habría tenido su serie de imágenes: la huelga general, salvaje e indefinida, por ejemplo. O los trabajadores que nunca necesitan trabajar más, el descanso eterno del trabajo en los juegos, artes, etc. De realización igualmente complicada, tentativa, etc. Es decir, que toda acción precisaría de una imagen, tendría alguna relación con una imagen... Las imágenes son la pequeña música de la democracia en el sentido de que todas las personas están llenas de ensoñaciones. La imagen también me gusta por otros motivos. Ya no la ensoñación, la vida de la imaginación, sino también la imagen como lo contrario a la historia, una imagen como lo que interrumpe una historia. Una política que fuese como el cine de Vertov: no hay ninguna intriga, sólo imágenes. No hay ninguna ficción, sólo la realidad. El caso es que tras algunos de esos pensamientos fui a buscar los libros de Sartre sobre las imágenes, que tampoco me retuvieron tanto finalmente. Pero también recordé a Sorel, cuando habla de las imágenes mito-motores (y así es posible volver al mito de la huelga general). Y de Sorel, llegué a Bergson, a ese libro que tengo desde hace mucho, que había hojeado hace tiempo pero que nunca había conseguido leer. Todo esta búsqueda en un estilo diletante, sin investigar gran cosa, sólo yendo a escritores a los que ya conozco un poco y en los que confío. El libro de Bergson tal vez no sea de sus mejores. Es un libro de vejez, tal vez. Aunque eso a veces tiene mucho encanto, por ejemplo cuando uno lee su esperanza, que como filósofo serio que es trata de argumentar, aunque no siempre es fácil (en el fondo la razón fundamental de esa esperanza es una fe en la simetría, es decir, en cierto modo, en el mundo mismo, en el cosmos – pero eso es lo que habría que demostrar; aunque más allá de ese círculo tal vez no se pueda ir). La esperanza de Bergson es que un día la obsesión por el progreso material de la modernidad se invertirá en búsqueda de progreso espiritual, es decir racional. Uno de los aspectos más interesantes del libro es el de la pareja del filósofo y del santo. Para Bergson, tanto la santidad como la filosofía proceden de la misma fuente: es la vida, ese dios que es la vida para Bergson. Pero la vida sólo puede captarse en una intuición, es decir, en una visión muda o silenciosa. Hay un misticismo común, un momento báquico común tanto a la filosofía como a la vida religiosa. El famoso “uno-y-todo”: de ahí las ideas filosóficas de libertad, de humanidad, de igualdad entre todos los hombres, de que cualquier persona es una especie de dios. Que son muy poco “razonables”, como muestra Bergson. Para Bergson la inteligencia (en el sentido de análisis, cálculo, etc.) sería fundamentalmente egoísta. Además, es incapaz de saber: pues divide todo en partes infinitas, que luego no puede recomponer. La inteligencia es el Aquiles que nunca puede alcanzar a las tortugas del instinto y la intuición; la inteligencia ni siquiera es capaz de entender cómo una flecha puede alcanzar su objetivo, pues para ella el trayecto se divide en infinitos pequeños trayectos, que la flecha tardaría un tiempo infinito en recorrer. La inteligencia, más allá de su utilidad práctica para fabricar instrumentos, es incapaz de comprender el menor gesto simple, el más pequeño acto continuo. También, la inteligencia es lo que paraliza y desespera la acción. Siendo incapaz de comprender cómo una flecha alcanza su objetivo, cómo podría entender la posibilidad de realizar una sociedad justa, sin clases, etc.? Es incluso la emoción la que crea las ideas, y no la inteligencia... Pues bien, como decíamos, tanto la filosofía como la santidad tienen su origen en una intuición de ese dios-vida que no tiene más razón que sí misma. Aunque luego, evidentemente, la filosofía trate de ponerle razones (y tal vez esta sea su gran tarea). Pero, en relación con esa intuición, la filosofía y la santidad toman posiciones diferentes. Y en el fondo, uno diría, se trata de dos diferentes formas de misticismo. Pues la filosofía contempla el éxtasis; en tanto que el santo actúa bajo el impulso de ese éxtasis. La filosofía encuentra en el éxtasis una verdad que contemplar; el santo, una certeza absoluta a partir de la que actuar. Esa es la diferencia fundamental entre la filosofía y la religión, según Bergson: la primera es contemplativa, la segunda es activa. Extraña distribución, para cualquier sentido común, pero muy iluminadora. La función fabuladora de la sociedad es lo que explica, para Bergson, la existencia de la religión (el instinto vital del animal inteligente, que sabe que va a morir, crea toda suerte de mitos para engañarse y seguir viviendo). Ahora bien, es inútil, en mi opinión, esperar gran cosa de la religión hoy, aunque tal vez sí sea posible en cuanto a la santidad. Pero mi pregunta es: por qué la filosofía ha entregado la acción a la religión? Lo que también tiene que ver, probablemente, con que le haya abandonado la función fabuladora. Y para recuperar la primera, seguramente haya que recuperar la segunda también. En cuanto a esto último, es una vieja idea (la de la mitología racional), tiene doscientos años. Aunque tal vez no tan vieja según la longevidad de las ideas. En cualquier caso, creo que aún estamos lejos de haberla entendido del todo, realmente muy lejos. Seguramente la revolución haya sido el origen de nuestro mundo, y estemos sólo al comienzo, pero por el hecho de vivir durante una corta fase lunar descendente nos despistamos y lo olvidamos a menudo. |